Hoy hace dos siglos que, en el valle chileno de Chacabuco, rodeado de montañas, el Ejército de los Andes, al mando del general José de San Martín, derrotó a las fuerzas realistas. La batalla del 12 de febrero de 1817 tendría vasta importancia para el futuro de la guerra de la independencia en el continente. La tropa triunfante acababa de consumar el cruce de la Cordillera de los Andes, una de las grandes hazañas militares que registra la historia. La travesía se había ejecutado luego de estudios y cálculos cuidadosos, que se cumplieron con toda precisión. El futuro Libertador había calculado también la acción de Chacabuco.
Punto esencial del plan de San Martín, era mantener escindidas las tropas realistas de Chile, que juntas duplicaban en número a las suyas. Por eso –y para suscitar adhesiones entre los chilenos- envió previamente tres columnas secundarias. Estas operaron con eficacia contra los enemigos. De tal manera, a la hora de Chacabuco, los patriotas dominaban los territorios de Copiapó y de Coquimbo, al norte, y de Talca, al sur.
Las instrucciones
Seguimos la versión de Isidoro J. Ruiz Moreno, en sus “Campañas militares argentinas”. San Martín había parcelado su ejército en dos grandes divisiones, que debían juntarse en territorio de Chile a la hora de iniciar las operaciones militares. Una cruzó la cordillera por el Paso de los Patos, a las órdenes del general Miguel Estanislao Soler. Este iba a la vanguardia, con 2.500 hombres y detrás venía el resto, de 1.500, mandado por el general chileno Bernardo O’Higgins. El paso terminaba en el valle de Putaendo, tras cruzar la garganta de Achupallas. La otra división cruzó la cordillera por el Paso de Uspallata, más directo, al mando del general Juan Gregorio de Las Heras: eran 800 hombres, que conducían el parque de artillería del ejército. Las dos debían converger al mismo tiempo en el llano de Chacabuco.
Las instrucciones que San Martín impartió a las dos divisiones grandes, eran muy claras. Las Heras debía llegar a Chacabuco y atrincherarse allí, en espera de Soler. Por su lado, Soler debía apoderarse de la villa de San Francisco y unirse a Las Heras para atacar.
Fuerzas realistas
Ambas divisiones se movieron sin problemas importantes. Una avanzada de Las Heras fue sorprendida por fuerzas realistas, pero el mayor Enrique Martínez la batió en Potrerillos. Al anterarse San Martín, hizo que el mayor Antonio Arcos se apoderara de la garganta de Achupallas, cosa que logró con el concurso del entonces teniente Juan Lavalle. Luego, el mayor Martínez triunfó otra vez sobre los realistas, en un encuentro breve en Campo Viejo. La división Las Heras pudo seguir así rumbo a Chacabuco.
Lógico efecto de estos encuentros, fue que los realistas quedaron enterados de la presencia y del avance de los invasores. Para enfrentarlos, el capitán general de Chile, Casimiro Marcó del Pont, había destinado al coronel Miguel Atero, quien se colocó con mil hombres en el valle de Aconcagua. Luego, se le sumó el refuerzo de la tropa del brigadier Rafael Maroto –que quedó al comando general- de 500 infantes, 150 hombres de caballería y artillería.
Amanecer del 12
La vanguardia de Soler, que venía por Los Patos, destacó 700 jinetes a órdenes de Mariano Necochea, para atacar a Atero, ubicado en el cerro Las Coimas. El hábil Necochea, para sacarlo de esa posición, después de los primeros tiros fingió retirarse. Entonces Atero bajó del cerro con 300 hombres, para perseguirlo. No contaba con que Necochea se dio la vuelta y cargó contra ellos a sable, forzándolos a retirarse dejando varias decenas de muertos en el campo.
Después, Soler se apoderó del valle de Aconcagua, de donde salían los dos caminos que llevaban a Chacabuco. Uno se llamaba la “Cuesta Vieja”, y era el más usado y más recto. El otro, la “Cuesta Nueva”, daba un rodeo hasta llegar al valle. San Martín dispuso que parte de la fuerza de Soler avanzara, con 2.500 hombres, por la “Cuesta Vieja”, y que O’Higgins tomara la “Nueva” con 1.500, y “amagara al enemigo hasta que llegase Soler, para asaltarlo conjuntamente”.
Cuando amanecía el 12 de febrero de 1817, Maroto había emplazado su vanguardia en una cumbre de la “Cuesta Vieja”, para atajar a Soler. Pronto este lo desalojó de ese punto, dejando libre el acceso al valle. Todo parecía andar a la perfección.
Riesgoso arrebato
Pero un imprevisto incidente estuvo a punto de convertir la jornada en un desastre para los patriotas. Sucedió que O’Higgins, a pesar de que tenía instrucciones de aguardar a Soler, no lo hizo. Se apuró por la “Cuesta Nueva” y lanzó, a los batallones de Pedro Conde y Ambrosio Crámer, frenéticas órdenes de atacar. Los realistas, cuyo número era muy superior, concentraron sobre ellos el fuego de fusiles y cañones. El ataque fue rechazado y los patriotas se replegaron en desorden. “¡Vengan con sus sables de lata, que aquí están los vencedores de Bailén!”, gritaban los realistas. Ya era más del mediodía.
Desde su posición, San Martín vio consternado el desbande. Gritó a su ayudante, el tucumano José Antonio Álvarez de Condarco: “¡Corra usted a decir al general Soler que cruzando la sierra caiga sobre el flanco enemigo con toda la celeridad que sea posible!”. Además, arrebató al postaestandarte la bandera del ejército y se lanzó al galope para ordenar a la infantería “un nuevo esfuerzo”, además de disponer que sus granaderos se lanzaran sobre las fuerzas de Maroto.
El triunfo
Los tres escuadrones de granaderos pudieron detener a la línea realista. Sobre ella avanzaron los batallones 7 y 8. Para gran felicidad, apareció el 1 de Cazadores –integrante de la vanguardia de Soler- al mando del teniente coronel Rudecindo Alvarado, y se apoderó de la loma desde la cual los realistas impedían el despliegue. Simultáneamente, la caballería argentina, con los escuadrones de Cazadores, de Necochea, y los granaderos del mayor Manuel de Escalada, cargaron violentamente sobre ambos costados de la línea de Maroto. Este trató de formar un cuadro, pero lo deshicieron los batallones mandados por O’Higgins.
Los realistas intentaron resistir desde las casas de la hacienda de Chacabuco, pero fueron neutralizados rápidamente. Los que no se rindieron, fueron ultimados por los granaderos: murieron casi todos los del Batallón de Talavera. El saldo, para los realistas, fue terrible. Dejaron 500 muertos y 600 prisioneros en el campo, además de banderas, armamento y artillería. Las tropas de San Martín, en cambio, sólo tuvieron 9 muertos y 120 heridos.
Consecuencias
Soler había quedado enfurecido con el comportamiento del general chileno que casi los llevó a la derrota. El mismo O’Higgins contaría que, terminada la acción, se le apareció “un bizarro jinete con el caballo cubierto de espuma”, que le hacía señas con la espada para que se detuviera. Era Soler quien, sin saludarlo, lo apostrofó de “temerario e insubordinado, por haber comprometido del modo más culpable el éxito de la batalla”. O’Higgins narra que “le contestó con frialdad, que no era el momento de entrar en polémicas”.
El historiador Leopoldo Ornstein escribió que Chacabuco, “desde el punto de vista militar, señaló el comienzo de una guerra regular con ejércitos organizados y bien adiestrados; marcó el primer jalón de un avance ofensivo de proyecciones continentales; arrojó a los peninsulares de sus más fuertes posiciones estratégicas; detuvo el impulso agresivo de los ejércitos realistas del Alto Perú, y proporcionó a los patriotas bases navales en el Pacífico para disputar en adelante el dominio del mar”.